Tenía pensado salir hacia Bogotá a las 12 del medio día. Ya había terminado sus compromisos y sólo quería llegar a su casa en la noche después de disfrutar de la carretera.
Salió del hotel ataviado de cuero. Se puso su casco de última generación y se montó en su motocicleta. Esta era roja y en los costados de asomaba modestamente un 996.
Emprendió el viaje. El visor del casco le mostraba un paisaje lleno de verdes y de humo que danzaban en sincronía con sonido de la máquina. Todo era armónico. Puso en escena algunos pensamientos, algunos deseos. Se dedicó a disfrutar de su moto, del viaje, de tener el control.
El recorrido lo llevó hasta el Alto de Rosas. Al ver el letrero le puso pausa a la puesta en escena que orquestó y pensó que era un buen momento para estirar las piernas.
Encontró un parador. Se apeó y miró su reloj. Con extrañeza entró a la tienda y con más extrañeza aún, le preguntó al dependiente:
- -Amigo, ¿qué hora es? Creo que se me dañó mi reloj.
- -Si señor, claro, faltan 10 para las 5
En ese momento se le desvaneció el color de su rostro, sus ojos se dilataron y su corazón se le quiso salir del pecho. Sólo alcanzó a decir:
- -Amigo, déme un aguardiente doble
Se lo bajó de un trago y sintió que el alma le vino de nuevo al cuerpo.
Al verlo, el dependiente le preguntó si se encontraba bien. Le contestó con una sonrisa nerviosa:
- -Algo, es que salí de Cali a medio día.
Al otro día se levantó temprano e hizo su rutina de siempre. Desayunó y bajó al garaje. Lavó y brilló la moto, se dedicó a ella en cada detalle, la pulió, la consintió en silencio.
La contempló por un instante, estaba más roja que nunca. Hermosa.
Con delicadeza le pasó nuevamente el trapo y le puso un letrero de SE VENDE.